¡Ánimo, Yo Soy, no tengan miedo!

XIX Domingo Ordinario (Mt 14,22-33)

9 de Agosto de 2020

Después de la multiplicación de los panes, Jesús ordena a sus discípulos subir a la barca mientras despide a la multitud. Al terminar, se va al monte a orar. Si vemos el evangelio del domingo pasado, recordaremos que Jesús estaba buscando este momento de soledad desde hacía tiempo (cf. Mt 14,13). Cuando todos se han ido, por fin, encuentra la oportunidad para encontrarse con su Padre. El evangelio, al mencionar que estaba “apartado” y “solo”, enfatiza la naturaleza íntima y privada de su oración. Subrayemos que Jesús buscaba estos momentos de oración en especial cuando enfrentaba momentos difíciles tal como el momento que pasaba porque Herodes había empezado a verlo con cierto desdeño (Mt 14,1-12). Aquí podemos preguntarnos: en medio de las adversidades ¿sabemos buscar momentos de intimidad para la oración o preferimos refugiarnos en el miedo y la ansiedad?

El evangelio menciona que se desató una tormenta y que Jesús iba caminando sobre el mar hacia donde estaban los discípulos y ellos, al verlo, se asustaron. Es paradójico que la presencia de Jesús cause miedo y no alegría ni paz. Sin embargo, debemos reconocer que en ocasiones Jesús se manifiesta de maneras que no concebimos ni imaginamos y que llegan a desconcertarnos y a provocarnos pavor. Aquí es interesante recapacitar que las dificultades experimentadas en el mar no son provocadas por los discípulos. De igual manera, podemos pensar que estos tiempos de crisis y contrariedadesocasionados por la pandemia no han sido provocados por nosotros. Tal situación nos coloca en un lugar similar al de los discípulos. ¿Podemos reconocer la presencia de Jesús en medio de esta tormenta o el miedo nos paraliza a tal grado que nos impide ver al Señor que viene a nuestro encuentro?

Jesús se dirige a los discípulos con una declaración triple: “¡Ánimo, Yo Soy, no tengan miedo!”. El actuar de Jesús es para ayudar a los discípulos. Notemos que ante las dificultades, Él los anima y alienta; ante la confusión, Él se manifiesta como el verdadero Dios (recordemos que “Yo Soy” es el nombre con el que Dios se reveló a Moisés en Ex 3,14); ante el miedo, Él tiende su mano. Contrario a lo que solemos imaginar, las tormentas de la vida pueden ser señal de bendición. Aquí conviene recordar que san Mateo ha identificado a Jesús como Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Por eso, cuando Jesús viene en medio de la tormenta se confirma su identidad: se constata que sigue con nosotros y nos anima. Se ratifica que la tormenta no tiene la última palabra. ¿Tendremos paciencia para esperar la presencia de Jesús y seremos capaces de identificarlo en medio de las calamidades de la vida? 


Ojalá que al final de la pandemia también nosotros podamos glorificar a Jesús con las mismas palabras de los discípulos cuando se calmó la tormenta: “¡verdaderamente eres el Hijo de Dios!”.


P. Tony Escobedo, c.m.

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