XXI Domingo Ordinario (Mt 16,13-20)
23 de Agosto de 2020

Cesarea de Filipo está ubicada a unos 40 km al norte del mar de Galilea, justo a los pies del monte Hermón. En ese lugar nace un manantial que alimenta de aguas cristalinas al río Jordán y por cuyas causes se encuentran tierras fértiles. El lugar cobra relevancia porque, de acuerdo con el evangelio de Mateo, cerca de ahí ocurrieron tanto la transfiguración como la confesión de Pedro sobre la que reflexionaremos el día de hoy.
Jesús fue a los límites de Galilea y Judea, a un lugar llamado Banias, a interrogar a sus discípulos sobre lo que los demás opinaban sobre Él. Suponemos que quería ayudarles a conocerlo con mayor profundidad y evitar que su identidad fuera confundida con las ideas sobre el mesianismo de su tiempo. Tal vez por eso optó por llevarlos a ese lugar que era destinado al culto de los páganos para confrontarlos delante de todas las deidades que eran veneradas ahí.
Jesús ya conocía a cada uno de sus discípulos, sin embargo, les cuestiona acerca de lo que otros dicen o han dicho de Él. Da la impresión que Jesús no estaba conforme con las respuestas recibidas y sigue preguntando; deja de interesarse por lo que dicen los otros para interesarse por lo que hay en el corazón de sus discípulos y amigos quienes son los más cercanos a Él. Por eso les pregunta directamente “¿ustedes quién dicen que soy yo?” La respuesta de Pedro es contundente. El Papa Francisco nos dice que Pedro encontró las palabras más grandes para decir quién es Jesús. Estamos frente a unas palabras que no vienen de sus capacidades naturales ni dotes intelectuales. Pedro sin estudiar, ni ser erudito sobre teorías divinas, recibió la inspiración del Padre quien es la Persona que mejor conoce a su Hijo para profesar una de las identidades y dignidades más profundas de Jesús: es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Ante las palabras de Pedro, Jesús no se queda atrás y da un paso para poner de relieve la figura de Simón: Jesús le otorga una nueva identidad diciéndole que a partir de ese momento se llamará Pedro. Recordemos que en la antigüedad el nombre de la persona conllevaba una misión. Jesús le dice a Simón “Piedra” y con ello le invita a reconocer y asumir que tendrá la dicha de continuar la tarea iniciada por Jesús. La nueva misión no excluye a los demás apóstoles y discípulos, al contrario, los une en un pilar fuerte en el que Jesús observó la fe y la valentía. Es de sorprender que Jesús no se fija en Pedro sólo por sus grandes dotes; lo llama conociendo sus debilidades sus limitaciones. Al final, quien llevará la batuta es Jesús, no Pedro.
Este domingo es crucial preguntarse: ¿Quién es Jesús para mí? Y después de responder es trascendental preguntarle al Señor: ¿Qué quieres que haga por ti, cuál es la misión que me tienes reservada? ¿Qué nombre quieres darme?
P. Tony Escobedo, c.m. y José León Pastrano
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